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NOCIONES DE ARTE MODERNO -FIN S.XIX a PRINC. SXXI-

(II) LA PINTURA “PREIMPRESIONISTA” FRANCESA 

 (Rousseau, Millet, Corot, Daumier, Courbet)

Texto: Pepe Hdez Rubio

Fuente: Historia del Arte. El Realismo y El Impresionismo. TOMO XV. Salvat-El País (ed.) 2006

Desde mediados del siglo XIX comenzaban a adivinarse nuevos aires en el arte pictórico de la Modernidad. Sería Francia como punta de lanza el país donde se iban a establecer unos cambios que, paulatinamente dejaban atrás la rigidez academicista en la estética de la pintura. Sobre todo en la concepción del paisaje, desde los años cincuenta un grupo de pintores franceses confirmaría un cambio de tendencia que ya iniciara Turner o Constable en Inglaterra, si bien éstos estaban más apegados al idealismo del Romanticismo. Rousseau, Millet, Daumier, Corot o Courbet iban a liderar ese renovador horizonte en la plástica que resultaría trascendental, e influiría irremediablemente, en el trabajo de los posteriores protagonistas del Impresionismo. Sería a través de sus obras, imbuidas de un realismo pictórico que tomaba a la Naturaleza (lo objetivo) como esencia motivadora, donde se estaba forjando el paso “preimpresionista” hacia la plena modernidad.

   La Revolución de 1848 tomaba partido por la nueva clase emergente: la burguesía de comerciantes, artesanos y profesionales liberales tras años de crisis políticas y económicas, y pese a que todavía se mantendrían durante décadas las abismales diferencias sociales, tanto en el ámbito laboral industrial como en el agrícola. Pero la Revolución Industrial estaba dando paso a otro mundo avanzado, con otras inquietudes y otros parámetros culturales. Los nuevos tiempos históricos se extrapolaban en nuevas interpretaciones en el arte. Observemos la obra de varios artífices.

Théodore Rousseau (1812-1867) representó certeramente una actitud de abierta oposición a la metodología vigente de la plasticidad en la pintura. Junto a él, varios artistas entorno a la Escuela de Barbizon, una aldea del bosque de Fontainebleau, apostaron por plasmar los parajes y la vida rurales como modelos imprescindibles. Pero la normativa sistemática la impuso Rousseau, que iba a remarcar una tesitura realista de ligera entonación romántica en sus cuadros y en la obra del resto. El estudio directo del natural sería el punto de partida que, además de influir en numerosas escuelas regionales, se erigía en una suerte de rebeldía artística abriendo muchas posibilidades en la creación. El pintor parisino basaría su programa en un análisis de la objetividad paisajística, al tiempo que insuflaba la emocionalidad intrínseca que evocaban tales paisajes. Resulta indudable la carga dramática que los impregnan al tomar sus apuntes al aire libre, volcando en ellos su propia alma de artista.

Rousseau: Otoño (M. Bellas Artes, Reims)

 

Por su parte, Jean-François Millet (1815-1875) se centraría igualmente en el mismo profundo sentido de la Naturaleza, y como su amigo Rousseau, “comprendía las voces de la tierra y el cielo, e interpretaba lo que nos quieren decir los árboles, y lo que significan los senderos” (Historia del Arte, 15, El País, 2006). Pero para Millet lo primero era el hombre en su entorno campestre, el campesino trabajador de sol a sol al que rindió repetidos homenajes en sus obras: “Es el lado humano lo que me interesa más en el arte… y jamás se me presenta con cariz alegre. Lo más alegre que aquí he llegado a conocer es la calma, el silencio de los bosques y los campos”.

Millet: Las Espigadoras (Museé d`Orsay)

Con esto, el pintor de Gréville ensalzaba a aquellos hombres y mujeres callados, cabizbajos y humildes, aunque redimidos por su trabajo; hacía hincapié en su condición social de carestía y dureza laboral, integrando dichos motivos en un realismo a flor de piel. Así, en Las Espigadoras, Millet pinta a una campesina con su mano apoyada en la espalda dolorida debido a la ardua tarea de la cosecha, inclinada en la recolección. El cuadro descubre el lado menos bucólico del trabajo rural, descubre el estoicismo de aquellos seres anónimos y silenciosos. Y desde una concepción crepuscular en la iluminación, el pintor aporta dramatismo con leves tonalidades y con marcados contrastes claroscuristas. Muy idolatrado por Van Gogh, Millet fue otro precursor de la luz impresionista.

 

En cuanto a Jean-Baptiste Corot (1796-1875), representa una ligera variación a ese estilo pictórico anterior. Con todo, como gran viajero y curioso por retratar lugares emblemáticos de su país, reprodujo numerosos en sus obras ambientes rurales y monumentos arquitectónicos perfectamente identificables. Su objetividad se asentaba en la búsqueda de la emoción, la trasposición de los motivos no quitaba sensibilidad a su buen hacer pictórico, sus composiciones se impregnaban de una sinceridad que quería transmitir. Además, en los cuadros de Corot se percibe la frescura de la atmósfera, como si el aire y la luz fuesen los auténticos protagonistas.  Mantuvo un estilo propio al concebir con evidente lirismo y serenidad sus paisajes de cielos neblinosos, de manchas grises y luces plateadas: anticipó esa evaporación lumínica tan inherente del Impresionismo. Y también en el dibujo de imágenes y motivos mostró su maestría, no exenta de cierta ingenuidad.

Corot: Catedral de Chartres (Museo Louvre)

 

Honoré Daumier (1808-1879) también impregnó a sus obras de unos contrastes bien señalados de luces y sombras. Penumbras y focos de luz remarcados preludiaban el trabajo de los pintores posteriores. Pero lo más curioso es que Daumier se decantó por aquella expresividad de un Goya en estado de gracia, con tintes caricaturescos y distorsionados en los rostros de los personajes, unos motivos fundamentales en sus obras. Por ello, como gran dibujante y caricaturista, el artista insufló una potente concepción de representación estética de hombres y mujeres. Incluso fue muy seguido por un Toulouse-Lautrec años después, dibujante y cartelista de motivos en quietud o en movimiento.

Daumier: Teatro francés (National Gallery of Art, Whashington)

 

Respecto a Gustave Courbet (1819-1877) hay que destacar su impronta eminentemente realista, bajo un dominio magistral en la asimilación del exterior. Muy emparentado con los movimientos revolucionarios, en 1851, Courbet tuvo que marcharse a su ciudad natal, Ornans, después del advenimiento de Luis Napoleón (Napoleón III), que dispersó a la libertad de creación y a la de prensa, entre otras, con detenciones en masa. Al igual que Millet, Courbet pintó escenas con mujeres campesinas y, por otra parte, un buen número de cuadros de desnudos femeninos con enorme libertad, que le acarrearon problemas con las autoridades. Sus cuadros de grupos humanos proceden de un estudio exhaustivo de composición, cuerpos, gestos, luces, sombras y efectos. Y pese a cierta vanidad de carácter, mantuvo su compromiso por denunciar a prebostes políticos y por reivindicar a los desposeídos.

Courbet: El estudio del Pintor (Museé d`Orsay)

 

 

 

 

 

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