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NOCIONES DE ARTE MODERNO (XII) -DESDE FINALES S.XIX

“POSTIMPRESIONISMO” -5ª p. 

(Cezanne, Van Gogh, Gauguin, Tolouse-Lautrec)

Texto: Pepe Hdez. Rubio

Fuente: El Realismo y El Impresionismo-Salvat-El País (2006)

Muchos críticos de arte opinan que el movimiento impresionista derivó en una suerte de crisis creativa, pero más bien, lo que se produjo fue una evolución inevitable de la pintura de aquellos años, en lo que ha venido en llamarse “Postimpresionismo”. Protagonizado por otros artistas brillantes en su continua experimentación pictórica, se fue afianzando gratamente el lenguaje propio de cada uno de ellos:  Cezanne, Van Gogh, Gauguin, Tolouse-Lautrec. No obstante, a todos les unía la preocupación común por los efectos lumínicos en sus obras, que ya estaban en el impresionismo anterior, del que no renegaban del todo, aun inconscientemente. Pero, además, los pintores catalogados de postimpresionistas dieron un paso más allá, y reflejaron sus inquietudes intelectuales y anímicas en relación con la naturaleza exterior de la que se servían. En definitiva, el nuevo estilo pivotaba entre una concepción más formal del arte, racionalista y objetiva, (Cezanne) que enlazaría con el puntillismo o divisionismo de Seurat y Signac; y, por otro lado, una querencia por lo subjetivo y lo emocional (Van Gogh).

Paul Cezanne (1839-1906) convivió con los primeros impresionistas, con los que mantuvo una estrecha amistad, pero su trabajo iba encaminado a una pintura más actual, más emparentada con la del Siglo XX en ciernes, que con la de finales del S.XIX. Por tanto, se estaba dando un paso decisivo en la creatividad artística moderna con el pintor francés. De sólida formación humanística y burguesa, culto y distinguido, Cezanne fue íntimo amigo del escritor Emile Zola y desde muy joven mostró preocupación por las nuevas rutas de la pintura. Pronto superaría esa sensación de provisionalidad estética de las obras impresionistas, que sustituiría por una pintura más definitiva y concreta. El color le serviría para determinar la estructura del cuadro; y la luz quedaba absorbida por los objetos, sin adquirir la preeminencia anterior. En sus naturalezas muertas, los planos están fuertemente consolidados gracias a un análisis racional de la realidad, del conjunto expositivo. Frente a los efectos fugaces que practicaban sus predecesores, Cezanne apostaba por una concepción firme de los motivos. Es el caso de su bodegón Manzanas y naranjas (  ) donde lleva a la práctica su amor y seriedad por las cosas sencillas. 1893

A finales de los años setenta del S.XIX se sentía separado casi definitivamente del impresionismo, llegado a proclamar: “He querido hacer del impresionismo algo que fuese sólido y duradero, como el Arte de los Museos”. Y en efecto, persiguió una racionalización casi arquitectónica en sus lienzos, tanto en sus paisajes como en sus motivos de interior, lejos de la cierta superficialidad anterior. El estudio de la sucesión de los planos, de la plasticidad de los objetos (volumen, luz, sombra, matices cromáticos…) y de la relación entre ellos eran los principales factores de su creatividad.

Sus mejores obras datan de su época de madurez, en los años noventa del S.XIX.  El pintor de Aix-en-Provence se reveló como personalidad importante gracias a una exposición en la galería Ambroise-Vollard de París, despertando la admiración en un buen número de jóvenes artistas, que se interesaban por sus formas simples y contundentes, por sus colores sobrios de gamas elementales y por el aislamiento de las figuras mediante líneas negras, aislándolas del entorno. Un ejemplo evidente es su archiconocida obra Jugadores de cartas (1896).

 

Por cuanto a Vincent Van Gogh (1853-1890) se refiere, hay que destacar desde el principio la tensión emocional entre su propia personalidad y su trabajo artístico. Había sido misionero evangelista entre gentes humildes de una cuenca minera, donde cayó enfermo y fue rescatado por su  hermano Théo, quien le amparó el resto de su vida y le dio a conocer a los pintores parisinos del momento. A partir de 1880 se entregaría de lleno a la pintura, pero el camino fue muy arduo y hostil. Si en un principio apostó por imitar grabados de Millet, con motivos rurales de campesinos, años más tarde estudiaría Bellas Artes en La Haya y una vez en París quedaría desencantado de las nuevas fórmulas impresionistas. El mismo Tolouse-Lautrec le aconsejó marcharse al sur de Francia, a la Provenza, donde podría dar rienda suelta a su vigoroso temperamento artístico, que recogiera la luz de los campos, la agitación de trigales y cipreses y olivos retorcidos. Una vez instalado en Arles, forjaría los mejores cuadros de su vida.  El pintor holandés iba a reflejar en sus lienzos una extrema sensibilidad por cuanto le rodeaba, traducida en la luminosidad dramática de sus tonalidades. La genialidad de su pintura radicaba en unos colores vibrantes, de pinceladas cortas, que representaban de alguna manera su atribulado mundo interior, como bien lo demuestra su larga serie de girasoles. Con buen criterio se ha calificado a su trabajo de precursor del expresionismo, ya que la expresión del contenido del motivo representado, más allá de su imagen, es una máxima artística que Van Gogh nunca abandonaría.

Por ejemplo, en Mi cuarto de Arlés (1890) quiso plasmar un “reposo absoluto” mediante una simplificación de los elementos, tal y como se lo comentara a Théo en una de sus innumerables cartas. Aquí emplearía colores planos, empastados, de sencilla perspectiva, en contraste con los apasionados y frenéticas pinceladas de sus múltiples retratos y paisajes exteriores.

Si bien es cierto que su estilo obedece en su mayor parte a una evidente fogosidad de ejecución, Van Gogh se preocupaba por la estructura de la composición, analizaba los componentes minuciosamente. Así, en Noche Estrellada (1889), su reinvención de la naturaleza nocturna es más que evidente, creando formas y colores de una fantasía desbordante. La atmósfera, como ensoñada, se asienta en el acontecimiento cósmico  de dos nebulosas entrelazadas, una luna anaranjada y varias estrellas sobredimensionadas. Por su lado, en la parte inferior del cuadro, tanto el sinuoso ciprés como la torre de la iglesia ayudan a compensar la energía de la parte superior, aportando cierta estabilidad.

Hartamente conocidas son sus graves fases de desequilibrio mental, que lo llevarían a enemistarse violentamente con Gauguin, a cortarse una oreja y al final de sus días a un psiquiátrico. Y hay quienes opinan que, en su inestabilidad emocional influyó la toxicidad de los colores blanco de planta y amarillo de cromo, que tanto empleaba y tenía que aspirar al trabajar, altamente nocivos. La historia fue muy injusta con Van Gogh, pues su compromiso artístico le llevó a pintar cientos de cuadros, sin vender apenas alguno en vida.

Por su parte Paul Gauguin (1848-1903) superaría el impresionismo para ofrecer un lenguaje formal consistente, sintetizando y acortando los motivos, casi sin detalles. Renegó de la fugacidad plástica que practicaron sus antecesores en busca de la autenticidad de la naturaleza, del ser humano, de cierto primitivismo, de ahí que para lograrlo se marchara a territorios semivírgenes y alejados. Una vez abandonó su trabajo de empleado de banca y tras fuertes desavenencias en su matrimonio, se dedicó a varios trabajos sin resultado, y cayó en la miseria absoluta. Fue el momento en el que recaló en Panamá, la Martinica, Arlés (junto a Van Gogh) y Tahití. En 1988, pintaría La Lucha de Jacob con trazo vigoroso, colores intensos y arbitrarios, donde ya se adivinaba la planitud en la concepción general de la composición. La honestidad de su forma de trabajar le llevó a colocar los personajes y los elementos de forma casi ingenua, casi infantil. Hay distorsión entre los planos, simplificando volúmenes y eliminando sombras.

Poco más tarde, la admiración de Gauguin por ese mundo primitivo aun no corrompido por la civilización, le llevaría a pintar Arearea (1892), un lienzo ciertamente misterioso y bárbaro en palabras de los posteriores “nabis” Bonnard y Vuillard, quienes lo admiraron con fervor. Esta obra parece resumir la opinión que el pintor francés tenía sobre su manera de entender el trabajo artístico: “No copies demasiado la Naturaleza, el arte es una abstracción… soñad con la naturaleza y pensad más en la creación que en el resultado”. En efecto, en el proceso lúdico de la pintura radicaba la esencia de Gauguin, que representó mediante el encanto de la autenticidad física de las figurantes, en la placidez y armonía de sus movimientos, y en sus colores puros y cálidos.

En cuanto a Henri Toulouse-Lautrec (1864-1895), un artista que procedía de una antigua e importante familia aristocrática de Francia, tuvo la posibilidad de montar su estudio en pleno corazón de Montmartre. Su posicionamiento en contra del impresionismo no fue del todo radical, puesto que su “primera impresión” quedaba recogida fielmente en sus cuadros y dibujos, con el movimiento de los personajes de la noche parisina; carreras de caballos, acróbatas de los circos, bailarinas de los café-concerts y, sobre todo, el cancan del Moulin Rouge. Su aguda percepción le llevaría a captar con maestría sus líneas vibrantes, muchas procedentes de las estampas japonesas del S.XVIII (que ya imitara Degas), pero un nuevo estilo y una nueva formulación del color y de la agilidad de las composiciones le definían con sello propio. Así, en El Salón, recogió a un conjunto de meretrices de un prostíbulo a las que dignificó, nunca repugnantes, y siempre mostrando la dura verdad desde su sensibilidad artística. Sin acentuar contrastes, a Toulouse-Lautrec le importaba la delicadeza del conjunto cromático.

Por su parte, el pintor francés fue un adelantado a su tiempo en trabajos de carteles públicos que anunciaban festejos y actividades culturales.  Eran los años de la Belle Époque, (1890-1914) años de preguerra mundial (1ª Guerra Mundial 1914-1918) y la economía y la cultura francesas experimentaron un auge considerable. El grafismo y la pintura se adaptaron a la publicidad y el arte se popularizó, con las imprentas reproduciendo carteles a todo color e ilustraciones en grandes tiradas. Y nuestro pintor contribuyó sobremanera. Prueba de ello es La Goulue un cartel litográfico con una mujer bailarina de cancán del famoso café concierto Moulin Rouge, a la que inmortalizó.

 

 

Pepe H.R

 

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