NOCIONES DE ARTE MODERNO (X) -DESDE FINALES S.XIX
“IMPRESIONISMO” -3ª p.
(C. Monet, F. Bazille, Morisot J. Renoir)
Texto: Pepe Hdez. Rubio
Fuente: Historia del Arte El Realismo y El Impresionismo. TOMO XV. Salvat-El País (ed.) 2006
Artista decisivo del movimiento impresionista, Claude Monet (1840-1926) se mantuvo vinculado hasta el final a la nueva tendencia pictórica, ampliamente seguida por innumerables artistas, incluso de hoy en día. Sus inicios académicos transcurrieron por el dibujo caricaturesco, pero pronto se decantaría por la pintura al plein air y, sobre todo, por no seguir a un profesor determinado cuando practicaba ante sus modelos. El pintor parisino seguiría las recomendaciones de Camille Pissarro en la Académie Suisse y escucharía atentamente las opiniones artísticas de Courbet y su realismo, y de los últimos románticos. Pronto alcanzaría su madurez, una vez conoció a Renoir, Sisley y otros, con quien pintaría en el bosque de Fontainebleau y en la costa normanda. Sus primeras obras captaron los más variados matices de la naturaleza, con sorprendente agilidad y dominio, su talento le llevó a plasmar el ambiente del aire libre con luminosas pinceladas. Prueba de ello es Damas en el jardín (1867), donde la luz solar inunda de manera directa la totalidad del paisaje y las figuras humanas (una de ellas la propia novia del pintor), definiendo una sorprendente riqueza cromática. Se agradece la sensación de movimiento, de vibrante momento claroscurista logrado con pequeños toques de color.
Damas en el jardin (Museo D´Orsay, París)
Poco más tarde, Monet pasaría por auténticos agobios económicos, ya que su trabajo no fue aceptado por los salones de arte parisinos. Pensó incluso en el suicidio, pero gracias a un gran admirador, Gaudibert, de cuya esposa realizaría un soberbio retrato, el pintor reanudaría su brío para crear La Grenouillère (1869) junto a Renoir, consolidando con sus técnicas el movimiento impresionista, clara referencia para quienes seguían sus pasos. En el lienzo de Monet se aprecia el protagonismo indiscutible del agua, con pinceladas sueltas y vivas, fuera de cualquier concepción sólida. Sus figuras y elementos casi esbozados, alejados de una perspectiva detallista, denotan la ligereza de un trabajo directo e inmediato. Un nuevo método creativo se había impuesto, transponiendo la animación efímera de los volúmenes y protagonistas de la obra, gracias también a la intensidad de contrastes entre azules y blancos.
Le Grenouillère (Metropolitan Museum of Art, Nueva York)
Otro de los pintores fundamentales de aquellos años fue Frédéric Bazille (1841-1870), que procedía de Montpellier, pero que se forjó en aquel bullicioso París artístico. De sensibilidad exquisita, murió muy joven, y el mundo del arte coincide en que habría supuesto una figura muy significativa en el impresionismo. Su obra Jovencita con vestido rosa ante un paisaje adquiere una sencillez colorista y una distinción de luz y oscuridad de primer orden. El espectador se fija en lo que la joven observa: el sencillo pueblo de Castelnau con su campanario, como si la estructura se vislumbrara a través de la joven. Lejos de toda presuntuosidad, Bazille comentó que “quería poder dar a cada elemento su peso, su volumen y no sólo apariencia”.
Jovencita con vestido rosa ante un paisaje (Museo D´Orsay, París)
La guerra franco-prusiana que comenzó en 1870 no sólo acabó con la vida de Bazille, sino que también interrumpiría la actividad de muchos pintores. Se retrasó la evolución de su arte, el grupo impresionista se desperdigó, algunos no se presentaron a filas y el mismo Monet tuvo que marchar a Londres, donde tuvo la suerte de conocer a un marchante que le favorecería enormemente. Tras una breve estancia en Holanda, regresaría a Argenteuil, donde se reencontraría con Pissarro, Sisley y Renoir, con quienes establecería fructífera y definitivamente las normas del impresionismo. Todos concibieron bellas estampas fluviales, pero destacaría Monet con su inquietud innata por captar los reflejos del Sena a bordo de un bote convertido en estudio flotante.
Uno de sus cuadros más emblemáticos de esta época es Regata en Argenteuil (1872), donde el agua ondulante ocupa la mitad del lienzo, los tejados están pintados en un rojo muy puro y las velas de las barcas reflejan con su blanco la luz del sol.
Al grupo de impresionistas se unió Berthe Morisot (1841-1927), una pintora formada en París bajo la influencia de Corot, que pronto despuntaría por su elegancia estética y cierta sensualidad, con grandes manchas de color, como en su célebre Hortensia (1874). Participaría en todas las exposiciones colectivas de los nuevos impresionistas, en especial en la primera, considerada como pistoletazo oficial del movimiento pictórico, en la primavera de 1874, en una sala que el fotógrafo Nadar poseía en el Boulevard des Capucines. Allí se constituyó la Societé Anonyme des Peintres, Sculpteurs et Graveurs cuyos componentes principales eran Monet, Pisarro, Sisley, Degas, Renoir, Cézanne y Morisot, con el fin de sufragar gastos para futuras actividades.
Hortensia (Museo D´Orsay, París)
Y allí Monet llevó varios lienzos, entre los que destacó Impression, Soleil levant (1874) que representa una salida del sol en el mar, con el surgente disco solar y sus enrojecidos rayos entre brumas, y toda la composición reflejándose en el agua. Juzgada de atrevida y revolucionaria, llamó tanto la atención a los asistentes que un crítico de arte llevó a calificarla de “impresionista”, de manera un tanto denigrante, abarcando a la totalidad de obras de aquellos artistas para aquella exposición que, por cierto, resultó económicamente un fracaso.
Impressión, soleil levant (Museé Marmontan Monet, Paris)
No obstante, aquellos impresionistas imbuidos de un espíritu progresista, político y cultural, celebraron otras siete exposiciones en París entre 1876 y 1886, con el marchamo de “escandalosas” para la sociedad burguesa biempensante. Los años noventa fueron tremendamente propicios para el arte de Monet. Seguía captando los efectos ópticos de la luz natural sobre un paisaje o sobre un entorno urbano, procurando plasmar la escena con rapidez, sin el detallismo realista, para lo cual se valía de pinceladas visibles y poco definidas. Los fenómenos cambiantes de la atmósfera eran los protagonistas de sus lienzos. El mismo escritor y amigo de Monet, Guy de Maupassant, contaba que el pintor abarcaba varios lienzos simultáneamente, para recoger dichos efectos según discurría la luz del día. Las diferentes intensidades lumínicas las reflejó de manera prodigiosa en su serie de las Catedral de Ruan (1892); compuesta por veinte telas con una variedad cromática de inigualable maestría, la armonía de luces y sombras y las delicadas sensaciones ópticas convertían a dichas obras en algo mágico.
Catedral de Ruan (Museo D´Orsay, París)
Por su parte, otra obra maestra es El estanque con nenúfares (1899), donde ilustra una parte de su jardín, en concreto un estanque con un puente japonés, persiguiendo los cambios de luz y aportando su magnífica sabiduría plástica desde la concepción etérea de su pintura.
El estanque con nenúfares (National Gallery, Londres)
Como nos recuerda la Historia del Arte, Pierre-Auguste Renoir (1841-1919) supone otro pilar fundamental en el origen del movimiento impresionista. De pintor de porcelanas, estores y abanicos para varios empresarios, el pintor de Limoges (que pronto se trasladaría a París) se tomaría su oficio con gran tesón y quiso indagar más en el campo pictórico. Para ello, muy joven ingresó en la École des Beaux-Arts y junto a otros artistas también fue a pintar al bosque de Fontainebleau trabajando, además, junto a Monet. La eclosión de su talento se plasmó en sus lienzos pintados tras finalizar la guerra franco-prusiana, a su regreso a París. Crearía retratos y escenas íntimas que empezaban a denotar una gran personalidad y coherencia en su labor, su reconocimiento crecía cada vez más con encargos y paisajes al aire libre, también con figuras humanas. Un ejemplo es Bal au Moulin de la Galet(1872), que recoge la terraza de un café frecuentado por artistas y modistillas, donde la voluptuosidad del color, la profundidad de la perspectiva, los espléndidos matices de luces y sombras y la sensación de movimiento adquieren el protagonismo.
Bal au Moulin de la Galet (Museo D´Orsay, París)
En sus escenas de interiores destaca Primera salida (1876) una escena que reproduce a una joven arrobada ante el número teatral que contempla, en su puesta de largo al visitar un espectáculo. Enmarcada en un palco, es una escena concebida al estilo de un encuadre fotográfico. La delicadeza de la figura femenina, la sutileza de las pinceladas y el dominio de la gama de azules y ocres nos ofrecen un elegante conjunto.
Primera salida (Museo D`Orsay, París)
Durante los años ochenta siguió trabajando en obras que atendían al convencionalismo del retrato burgués, pero no abandonó su impronta artística al aire libre, y en 1881 Renoir pintaría El almuerzo de los remeros, donde reunió a un grupo de amigos en un restaurante ubicado en la isla de Chatou sobre el Sena, al oeste de Paris. En el lienzo se observa a la izquierda a la misma esposa de Renoir jugando con un perrito, concebida con gran exquisitez, junto al resto de hombres y mujeres tocados con sombreros según la moda decimonónica, ejemplarmente colocados en varios planos. Pero lo que destaca es la jugosidad cromática en un equilibrio ligero y luminoso, a la pura manera impresionista, a lo que se añadiría el realismo palpable del momento, donde se intuye la animación y la gesticulación de las conversaciones. Junto a la quietud de ciertos elementos del almuerzo, concebidos en una suerte de bodegón, no hay espacio en todo el cuadro donde la luz no esté presente.
El almuerzo de los remeros (Philips Memorial, Whasington)
Hasta 1879 había participado en todas las exposiciones colectivas junto a sus camaradas, pero en los ochenta comenzaría a apartarse de la técnica impresionista. Su visita a Italia sería determinante y desde 1883 inauguró su estilo lineal, donde subordinaría el colorido al dibujo. Una clara muestra en su obra Los paraguas (1885) de compleja composición, que no desmerece la animación de los grupos humanos del que el pintor era fiel practicante. Si bien la tonalidad general resulta fría, el movimiento del grupo preside la escena, que contrasta con el conjunto de los paraguas.
Los paraguas (National Gallery, Londres)