NOCIONES DE ARTE MODERNO (XI) -DESDE FINALES S.XIX
“IMPRESIONISMO” -4ª p.
(Sisley, Pisarro, Degas, Rodin, Seurat, Signac)
Texto: Pepe Hernández Rubio.
Fuente: Historia del Arte. El Realismo y El Impresionismo. TOMO XV. Salvat-El País (ed.) 2006.
La fidelidad al movimiento impresionista de Alfred Sisley (1839-1899) se mantuvo hasta el final de su trabajo creativo. De procedencia inglesa, pronto se trasladaría a París y pronto comenzaría a relacionarse con aquel mundillo que iba a cambiar los parámetros conocidos del arte, desde las últimas décadas del S.XIX. Fue amigo de Renoir, Monet y Bazaille, pero ya se había embebido de la impronta romántica de sus compatriotas británicos Turner y Constable, años antes, cuya manera suelta de entender la pintura, de concebirla ingrávida y atmosférica, fue decisiva para el pintor impresionista. Si, por un lado, Sisley no tuvo suerte en su vida social, ya que su familia se arruinó y él pasó muchas penurias, por otro lado sí fue reconocido su talento artístico, aun a posteriori. En efecto, no tuvo la fortuna de sus contemporáneos, pero fue el pintor más armonioso, donde la pureza de sus pinceladas cobra una relevancia primaria. Por ejemplo, en El camino de Louvenciennes hace que los distintos matices del color blanco predominen y condicionen al resto de colores. Además, las estructuras de sus paisajes están muy meditadas, a la vez que sus motivos resultan un tanto melancólicos.
Camino de Louvenciennes -A Sisley (Museé D´Orsay, Paris)
Por su parte, Camile Pisarro, (1830-1903), trabajó profusamente para el impresionismo, si bien, tuvo graves problemas en sus inicios con sus padres, que desaconsejaban el camino del arte para su hijo. En Paris, pronto recibiría los consejos de Corot sobre el paisaje, de los que tomó buena nota, inclinándose con fruición por dicha tendencia a lo largo de todo su trabajo artístico. Estudió Bellas Artes, intervino activamente en la nueva corriente artística junto al resto de pintores, participando en todas sus exposiciones, pero una vez estalló la guerra franco-prusiana en 1870 se refugió en Londres junto a su mujer, aunque no se casara con ella oficialmente debido a sus ideas ácratas. A su vuelta a Francia, vivió en Pontoise durante los años setenta y ochenta, fechas donde alcanzaría grandes cotas de maestría. Así, dos de sus mejores lienzos son Los tejados rojos (1877) y Le Pont Royal et le Louvre (1885) interesándose por los ramajes de los árboles con la sensación de su vibración, empleando la técnica “vermicular”, pinceladas en forma de coma que se entrecruzan con otras breves y similares.
Los tejados rojos- C. Pisarro (Museé D´Orsay, Paris)
Dicha técnica la asemejó temporalmente al puntillismo de Seruat y Signac. Cultivó los paisajes no demasiado perfectos, le gustaban los motivos rústicos plenos de tonalidades terrosas o agrisadas, realzando los efectos de luz con pinceladas muy finas. Con todo, al final de su carrera trabajaría en paisajes urbanos desde balcones de altos pisos, con amplias perspectivas del Sena, de las gentes y las avenidas, y a la vez, lo alternaría con pinturas de huertos y frutales en flor.
Le Pont Royal et le Louvre-C. Pisarro (Museé D´Orsay, Paris)
En cuanto a Edgar Degas (1834-1917), un parisino de familia rica y culta, sí se vio respaldado por su familia, que le permitió su afición al dibujo, a la pintura y al grabado. Su auténtica formación la recibió de sus continuas visitas al Louvre y a Italia en los años cincuenta, donde se empaparía de la creatividad de Ingres, Delacroix, Giotto y de los cuatrocentistas italianos. Más tarde, su amistad con Manet le llevó a inspirarse en la realidad estrictamente para pintar En las carreras (1872), donde rompía, no obstante, con la composición clásica intentando captar una suerte de instantáneas fotográficas de los personajes y motivos, recortando ciertas partes en la superficie del lienzo, como el sombrero y el carro, de ahí su originalidad. La factura rápida y la luz que ocupa un tercio del cuadro nos habla de su predisposición impresionista, si bien, no existen sombras que determinen su protagonismo.
En las carreras -E. Degas- (Museé D´Orsay, Paris)
La clase de danza-E. Degas- (Museé D´Orsay, Paris)
Pero su mayor querencia pictórica fue la dedicada a las bailarinas del ballet de la Ópera, con cuadros trabajados de manera muy brillante y primorosa durante varias décadas. Con La clase de danza (1874) muestra su predilección por los ensayos y los descansos, asimilando la precisión del mismo acto de bailar con la perfección para plasmar los motivos en el lienzo. La intuición del movimiento de las bailarinas, la composición cuidadosa de los elementos arquitectónicos y humanos, y la marcada perspectiva de la escena que nos hace mirar hacia el fondo (con el famoso profesor de danza Jules Perrot casi en el centro), nos hablan de una gran maestría para concebir la estructura. Además, se vislumbra una conexión en diagonal, subrayada por la línea del entablado, entre la bailarina con los brazos en jarras del primer plano, con la del fondo en la misma postura. Y en cuanto al color, resulta muy afortunado el contraste entre paredes y columnas, así como la sutileza plástica de vestidos, lazos y posturas. Además, el cuadro entero denota una calidad dibujística de gran relieve, ajustando siluetas, sombras y luces.
Por otra parte, la escultura impresionista vendría representada por el mayor escultor francés del S. XIX: Auguste Rodin (1840-1917). Si en su juventud fracasaría en el examen de ingreso en la Escuela de Bellas Artes, y más trabajaría como auxiliar bocetista en un taller, tras un viaje a Florencia empezaría a modelar sus primeros trabajos. Desde finales de los años setenta realizaría un buen número de bustos, monumentos y grandes composiciones, como el bronce de Los burgueses de Calais (1884-1895), donde es clara la influencia recibida del romanticismo, con mayor expresividad y patetismo si cabe. De todo el conjunto emana una potente emocionalidad, además de que Rodin marca la diferencia artística respecto a sus contemporáneos desde una impronta impresionista muy lograda con el efectismo claroscurista. Inaugurada en junio de 1895, “Los burgueses” tuvieron que esperar 10 años de discusiones políticas de Calais, pues no se consideraba una escultura digna de la ciudad para conmemorar la hazaña heroica de un grupo de personas que se entregaron voluntariamente a los conquistadores ingleses, para evitar la destrucción de la ciudad en la Guerra de los Cien Años (S.XIV-SXV).
Los burgueses de Calais -A Rodin- (Jardines Parlamento británico)
También fue rechazada por una institución cultural el Monumento a Balzac (1897-1898), de evidente inspiración impresionista, muy alejada de los cánones tradicionales, donde se intuye un fuerte apasionamiento en la composición de la figura humana. Su amor por la forma está fuera de dudas, persiguiendo la belleza corporal bajo su particular concepción artística. La técnica del modelado se ajusta a una luminosidad buscada, desde el vigor de su trabajo. Autor de numerosas obras colosales en sus tres talleres parisinos, insufló en todas una idea sublimada de movimiento: “yo guardo en mi memoria la pose mejor que el propio modelo, y además yo le presto vida interior” (A.R.)
Monumento a Balzac A. Rodin (Museè Rodin)
En otro sentido plástico, pero eminentemente vinculado al impresionismo, surgió un lenguaje basado en el dominio de unas leyes de la óptica para la creatividad artística: el “neoimpresionismo”, así llamado por muchos críticos que han analizado con acierto que en esta tendencia no hubo espacio para la subjetividad, ni acción deliberada para el sentimiento representativo. Además, a sus dos principales defensores, Seurat y Signac, les unía su gusto por un sistema técnico de ejecución, el puntillismo o divisionismo, que consistía en pintar con cientos de puntos de color cualquier motivo desde una base impresionista; así, contemplados desde cierta distancia, los puntos hacían componer en la retina del espectador la escena completa.
Poseuse de face – Seurat (Museé D´Orsay, Paris)
El mismo Seurat (1859-1891) llegó a opinar: “Dividir es asegurarse todos los beneficios de luminosidad, de la coloración y de la armonía”. El pintor parisino llevó a sus lienzos el racionalismo científico en la aplicación de sus pinceladas, su concepción plástica la centró en una sistematización absoluta. Mezclaba los pigmentos puros, buscando un equilibrio entre los elementos y, sobre todo, las características espaciales como protagonistas de la composición. El resultado del entorno, por tanto, era plano, con la luz pictórica uniforme, sustituyendo a la luz natural propia del anterior impresionismo. Además, estudió tenazmente los problemas del cromatismo y los tonos complementaros, lo cual formuló en una teoría estética universalmente muy influyente. Un ejemplo de los rasgos anteriores sería Poseuse de face (1887), que trabajó concienzudamente en su taller, desde un riguroso proceso de investigación de los colores, sintetizando la ejecución de sus pinceladas.
Por su parte, Paul Signac (1863-1935), también profundizaría en los “colores del prisma”, como él opinaba. Con pequeñas pinceladas en forma de puntos y rayas conseguía grandes matices de color; sin dibujo, obtenía mediante el color el contorno de las figuras y las partes de la composición, como ocurre en El castillo de los papas.
El castillo de los papas-P.Signac (Museo Arte Moderno-Paris)
Al igual que su compañero, su inquietud por el equilibrio de la luz y el color fue abrumadora, persiguiendo una armonía plástica sin ambages. El puntillismo o divisionismo fue seguido, aun ocasionalmente, por pintores de la talla de Pisarro, Gauguin y el español Darío de Regoyos, más tarde.