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Por Pepe Hernández Rubio

EL ENIGMA Y LA SORPRESA DE RENÉ MAGRITTE EN EL THYSSEN.

Hasta el 30 de enero se puede visitar en “El Thyssen” de Madrid la exposición retrospectiva dedicada a René Magritte (1898-1967).

                                                   René Magritte hacia 1960

Como opinan todos los críticos, el misterio, el simbolismo y la imaginación son las máximas artísticas por donde discurre su obra.  Se confirma, pues, que el pintor belga apostó por una búsqueda incesante del lado oscuro que encierran las cosas más comunes. Su pintura rastrearía en la paradoja de la propia existencia, de la propia realidad, pero sin destruir formas ni colores. Qué duda cabe que el asombro al acercarnos a sus cuadros está asegurado, que la ambigüedad es la protagonista en el contacto obra-espectador; pero Magritte no diluye la apariencia de lo representado, no destruye formalmente los motivos del exterior. Como él mismo comentó: “He acabado por hallar en la apariencia del mundo real la misma abstracción que mis cuadros, …”. Por eso, su intención no es buscar equivalencias entre la propia imagen pictórica y un objeto cualquiera, sino liberarse de toda imposición objetivable, rompiendo con lo comúnmente aceptado. Y ahí es donde nos tiende su trampa en obras inmortales como en Esto no es una pipa, para negar la evidencia de lo que contemplamos.

Su figuración nada tiene que ver con perseguir un sentido preestablecido en nuestra mente, muy al contrario, juega a desorientar y a provocar una nueva concepción existencial.

¿Y de donde procede esa inventiva, esa revolucionaria aprehensión de lo establecido? Situémonos en aquel contexto histórico de las primeras décadas del siglo XX, de adelantos científicos, tecnológicos, médicos… allí donde Freud, el psicoanálisis y Nietzsche en el mundo del pensamiento, o el empuje de las vanguardias con el futurismo, el surrealismo o el dadaísmo en el mundo del arte, implicaban una transformación sociocultural de enorme calado en el mundo occidental. Desencantado del futurismo por sus evidentes dotes de artificio, Magritte defendió una nueva lectura del mundo visible; además, creyó firmemente en una pintura que no solo obedeciera a un disfrute personal, sino también a un pensamiento absolutamente libre, siempre relacionado con las manías personales del creador, con sus experiencias paranormales, asentadas en escenarios de ensueño y de la psique. “En mis telas, he situado algunos objetos en lugares donde no podemos encontrarlos nunca. Pero esto no es más que la realización de un deseo real, si no consciente, común a la mayoría de los hombres”.

Muy emparentado con la metafísica de Giorgio de Chirico, pronto otorgaría una relevancia fantástica a las imágenes y a las conexiones entre ellas. Antes que el color y la forma, siempre haría predominar el sentido evocador del objeto: en el imaginario de Magritte las imágenes pasaban a formar parte de una poética visual más allá de las palabras. Porque él apelaba a “Una inteligencia atenta y necesaria en el observador…, la aparición imprevisible de una imagen poética es celebrada por la inteligencia, amiga de una luz enigmática y maravillosa que viene del Mundo”. En cada obra, las palabras y las imágenes no tenían por qué coincidir; así al dar un vuelco a sus obras se provoca desconcierto, y también reflexión en el espectador. “Los títulos de mis cuadros son elegidos de forma que impidan situarlos en una región confortante, no son explicaciones”.

 

Delirios de grandeza -1962                   El hijo del hombre- 1964

Es el caso de Delirios de grandeza o El hijo del hombre, donde cuanto más realista son las representaciones existe un mayor distanciamiento significativo obviado.   Así, con el  busto de mujer y un cielo descompuesto en cubos, y con una manzana frente al rostro del hombre con sombrero hongo, Magritte ponía a prueba la supuesta lógica de las imágenes, contradecía lo mostrado con lo descrito en el texto, para que palabras e imágenes se desmintieran. Las palabras también se convertían en protagonistas.

Sería con el movimiento surrealista donde el pintor belga encontraría sus fuertes lazos de interpretación artística. Su fantástico método de representatividad entroncaba con una potencia estética que abogaba por lo no visible a los ojos. Al respecto, en casi todos sus cuadros nunca plasmaría la mirada en sus rostros humanos, buscando otro sentido, el de la simple apariencia o el de Ese objeto oscuro del deseo, aludiendo a la célebre película del también surrealista Buñuel, y pese a que el filme se realizó en los años setenta. Por tanto, en la obra de Magritte existe un mundo de sueños, de inconsciencia, de anhelo y de enigma.

Pepe Hdez. Rubio

 

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