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EXPOSICIÓN DE DIBUJOS A PLUMILLA “LUX”

JUAN HEREDIA

CARTAGENA-GALERÍA DE ARTE GIGARPE (Jiménez de la Espada, 7)

                                    (Desde el 2 dic. al 16 enero)

 

Texto: Ignacio Borgoñós

Me gustan esos versos de Raquel Vázquez, que dicen: Sólo vemos la luz /
no cómo nos quemamos. Son los que recuerdo ahora ante estos cuadros
del pintor cartagenero, Juan Heredia, porque es la `lux´ —así, con esa
equis tan culta del latín— la que se extiende por todos ellos como uno de
esos amaneceres en la Tierra visto desde el espacio, mientras que por otro
lado no vemos a los seres humanos arder en su caos cotidiano. Es más, no
vemos a nadie, como si hubiéramos desaparecido del universo, de ese
espacio exterior desde donde se ve amanecer en la tierra y que nos
empequeñece a todos hasta límites incompatibles con los egos.


La LUX decía, lux esparcida por ángulos insólitos como si la viéramos por
primera vez, lux que lo impregna todo de un carácter señorial, de
distinción en las volutas y otros caprichos, lux que trabaja la piedra con
precisión, lux mundi.
Y es que va a ser verdad eso de que sólo vemos la luz, la que se refleja en
los cuadros de Juan Heredia, que es la que nos protege del espanto que
existe, la que nos adentra en ese mundo que echamos de menos y que ya
no está. Porque su pintura es reflexiva, como si nos hiciera caminar más
despacio que esa gente que pertenece al caos. Mirar un cuadro de
Heredia es como pasear en solitario por la ciudad, es permanecer ajeno a
esa sociedad enferma que estrella a miles de personas con el síndrome del
trabajador quemado contra las paredes de la felicidad. Y es que viendo
este despliegue de preciosismo con tinta china y esta minuciosidad en el
detalle, es como si la vida nos doliera menos.

Así pues, celebro vivísimamente la lux que se desprende de la pintura de
Juan Heredia, que no sé dónde va ni lo que busca, pero que es una lux con
sabor a infancia, como si volviéramos a empezar de nuevo tras una
revolución, una lux que demuestra que la existencia no ha sido en vano,
que como en los versos de Raquel Vázquez, no nos deja ver cómo nos
quemamos.

Ignacio Borgoñós.

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