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EXPOSICIÓN:

PULSIONES

 LUCAS BROX.

Murcia, Galería Arquitectura de Barrio.  Hasta el 13 oct. 

Textos: Pedro Manzano

 

LA PERPLEJIDAD DE LA SIRENA

                                                                        No rezo por el alma de mi dama,

                                                 aunque antaño haya adorado su sonrisa;

                                                 su destino final no me atormenta,

                                                 ni cuándo su belleza perderá su encanto.

La lujuria de los ojos. Elizabeth Siddal

          Para Platón la creación estética suponía un peligro, sobre todo de índole moral, ya que la obra de arte, según él, distorsionaba la realidad, al pertenecer al siempre ambiguo, inexplorado, e inquietante, territorio de los afectos, la imaginación y la fantasía… Quizá, si el filósofo griego hubiera conocido a Elizabeth Siddal, modelo de la Hermandad Prerrafaelista, amante y musa de Dante Gabriel Rossetti, y protagonista del cuadro de John Everett Millais: Ophelia, se abría reafirmado en sus suposiciones concernientes a los peligros morales del arte. Nosotros preferimos, sin embargo, pensar que, en estos momentos, en los que resulta tan difícil distinguir lo verdadero de lo falso, la obra de arte nos reta a reflexionar y posicionarnos frente al mundo. Puede que el arte, la obra de arte, constituya una falsa realidad, una ficción, que distorsiona los hechos pero que, sin embargo, no deja de ser un bendito engaño para los sentidos y el alma que, además de liberarnos del aburrimiento, nos alude inmisericorde. El arte, la creación estética, como estímulo vital y conexión con la vida. Nos proyectamos en las obras de arte como autores o espectadores, en una búsqueda de identificación con el otro y, a la vez, con nosotros mismos.

Lucas recrea en este proyecto, en estas PULSIONES, el mito de Ophelia. La relación traicionada de la hija del cortesano Polonio con el príncipe Hamlet, y la consecuente locura y muerte de la dama. Y convierte al personaje de Ophelia en una suerte de protagonista de una narración –una serie de pinturas– que pretenden evocar, haciéndonos partícipes, sus pasiones y sentimientos. En estas obras Lucas recurre, simultáneamente, como recurso plástico y casi como el tema en sí mismo de la exposición, al papel que juega la corriente de las aguas en el drama shakespeariano. Una suerte de danza bajo el agua, subrayada por las libérrimas y expresivas pinceladas entonadas en grises y subyugantes tonos azules y verdes. Unas piezas que vuelven a mostrarnos el dominio técnico del pintor, la capacidad de Lucas Brox de sugerir emociones y proyectar estados de ánimo… Con una apariencia de facilidad y habilidad en el cambio de registros que resulta apabullante. Bastaría comparar dos de las obras que componen la muestra: Descenso hacia la eternidad o La danza de la locura, para dejar constancia explícita de lo anteriormente escrito.

Pero este conjunto de piezas es, también, una lección sobre el uso de herramientas novedosas, y alternativas, a la hora de plantear la obra, a la hora de establecer procesos y obtener resultados. De hecho, podríamos preguntarnos ¿Acaso es lícito recurrir a ChatGPT, Midjourney, Stable Diffusion, o a cualquier otro de los Large Language Models o Generative AI, como herramientas a nuestro servicio? Y podríamos obtener múltiples y diversas respuestas, pues, en lo que al arte se refiere, no existen panaceas ni verdades absolutas. Y, en lo que a la Inteligencia Artificial atañe la respuesta aún estaría rodeada de más confusión; a la IA siempre le faltará la intuición suficiente para la cesión, en el intercambio de información, de una emoción transferida, pues no podemos otorgarle a este tipo de ¿inteligencia? la capacidad de entender el sentido cultural y profundo que conlleva la construcción de una fábula, de una narración, de un producto artístico. Y es que, si la IA fuese capaz de reflexionar e interiorizar, desde su alma eléctrica, lo que un artista ha sido capaz de transformar y crear a partir de aquella imagen inicial –que la IA se vio obligada a aportar solo porque no podía sustraerse a los promts (indicaciones) que se le formularon–, la perplejidad a la que se vería sometida sería tal que ella misma pediría insistente su propia desconexión.

O, quizá, volvería sobre sí una pregunta ¿Quién me saca del lío en el que me han metido? ¡Ah! el arte, capaz de transformar una imagen ordinaria, tal vez anodina, en este caso generada por ordenador –aunque podría haberse partido de otro tipo de imágenes, de simples fotografías tomadas sin veleidades artísticas, o de cualquiera de las miles de provocaciones visuales que se infiltran a diario en nuestras vidas–, en un objeto extraordinario inundado de un halo poético, ese aura que Walter Benjamín definió como iluminación profana.

Si somos capaces de mentir al algoritmo o, cerrando el círculo, volver a la Grecia clásica y, rememorando aquel viejo y antiguo método socrático, formular las preguntas correctas para obtener una ¿verdad a la que poder etiquetar de cercana a la obra de arte? entonces el triunfo será completo, y habremos relegado a la IA –esa depredadora ficción que confisca y utiliza datos ajenos para aprender a simular el pensamiento o la creatividad– al lugar que le corresponde: una simple y vulgar herramienta dúctil al servicio de nuestros intereses. Esa es la clave: Nuestra capacidad –la capacidad en este caso de Lucas Brox– para formular las preguntas correctas. No, la IA jamás podrá reorganizar, ni reformular, los asuntos y las cosas banales de una forma atrevida, creativa y novedosa, porque nunca logrará pasar de la pura lógica estática y atemporal del razonamiento formal a un posicionamiento dinámico vinculado a la emoción; lo que Morozov llama: la divergencia entre buscar y procesar diferencias, y borrarlas para sustituir lo prosaico por algo nuevo, más esclarecedor.

Sí, seamos valientes y atrevidos, dejémonos arrastrar por el fluir de la corriente, pero no perdamos nunca de vista los márgenes entre los que discurren las aguas del rio, del fluir del tiempo, de la vida, del arte.

                                                                                        Pedro Manzano

 

 

José Hernandez Rubio

Autor José Hernandez Rubio

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