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Hasta el 31 de marzo

Exposición “CARPE. CENTENARIO 1921-2021”

Retrospectiva del pintor y muralista murciano Antonio Hernández Carpe

MUBAM – Museo Bellas Artes de Murcia

(Calle Obispo Frutos, 12, Murcia)

EL GEÓMETRA DE LAS LUCES

(Juan Bautista Sanz, Comisario de la exposición)

Con este enunciado no puedo referirme a otro artista que no sea el murciano Antonio Hernández Carpe (Espinardo, 1921, Madrid, 1977); ser luminoso de ojos tan azules como transparentes a las verdades del arte; limpios ante las múltiples ráfagas que encandilaron su vida, sus formas y su cuidado entendimiento del espacio. Muchos que escribieron y dijeron de él destacaron su dominio de la geometría y de los diedros que rodean el aire, por ello, por cierto y auténtico, no me importa insistir en la difícil condición de resolver la representación de las cosas según una precisión casi matemática. El auténtico significado de un mundo interior pleno de alegría y viveza, tal como el color que extendía, con orden preciso, preciosista y temperatura controlada –calor y frío- sobre su paleta, antes, mucho antes de la primera pincelada; cuando la línea separa intenciones y delimita figuras u objetos naturales que convierte en la sublimación de lo cotidiano, dibujando, enardeciendo la línea hasta hacerla curva y, a veces, inverosímil pero siempre graciosa y nueva, novísimo su trazo desde los confines de su edad primera, hasta los puntos de fuga de su madurez de yeso y andamio, de baldosa y temple, de ángeles músicos y profetas.

En el MUBAM, de Murcia llevamos un tiempo contabilizando sus años de existencia. Hemos llegado a cien, con él vivo y con él redivivo, hasta cumplir con la exaltación anímica de su Centenario. Hemos viajado por toda España y más allá, para sorprendernos con la lírica fecundidad de su trabajo, increíble e incansable por número, por calidad y por intensidad, teniendo en cuenta que disfrutó de escaso tiempo –algo más de tres décadas- para su trascendental labor de pintor de caballete y muralista; de artista de la vidriera o de ilustración aclaratoria y complementaria de la palabra escrita y editada, por la mejor literatura de su época. Y estos dos caminos o realidades; los del mural y obra decorativa, y los de la primorosa pintura mayor y de caballete, son los que recorrió su extensa obra al borde del milagro de lo humano, de lo posible y lo imposible. Cientos, quizá miles, de metros cuadrados de murales y paredes, de mosaicos, repartidos por toda España; en iglesias de pueblos y ciudades; en edificios públicos y privados; en escuelas y colegios menores y mayores, en universidades; en zaguanes de entrada de viviendas al alcance de la caricia; en casas particulares de coleccionistas con buen gusto y mejor armonía; en hoteles y lugares de ocio. Para dar una idea de la inmensa obra realizada por el artista murciano, baste estudiar sus más de sesenta intervenciones en las iglesias de aquellas poblaciones de nueva construcción que se llamaron Pueblos de Colonización, puestos en marcha por el Instituto Nacional de la Vivienda que operaba tras la infame guerra civil y en las que proyectaron los mejores arquitectos de aquel tiempo, admiradores del arte de Carpe. En pie silencioso y acogedor se distribuyen por toda nuestra geografía, de norte a sur, estos pueblos blancos y serenos, despiertos al color de la continua compañía de la figuración mural de un artista único. 

HERNÁNDEZ CARPE UNIVERSO LÚDICO Y ATEMPORAL

(Germán A. Ramallo, Catedrático de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo, UMU)

Éxito en Italia y en sus plazas más exigentes: Roma y Nápoles. Premios y reconocimientos. En estas pocas líneas podría resumirse la trayectoria de Antonio Hernández Carpe 1921-77. Sin duda, uno de los artistas más importantes del siglo XX murciano, así como del panorama nacional. A sus indudables cualidades innatas añadió una completa formación en los organismos oficiales que comenzó desde niño en su Murcia natal y concluyó en Bellas Artes de Madrid (46-52). Su deseo de hacer un arte nuevo y personal chocó al principio con la crítica más anticuada y convencional, pero interesó desde sus primeras obras a artistas, críticos e intelectuales que, como él, buscaban la renovación del arte español al unísono de las varias propuestas más internacionales que se producían desde los años veinte. Tan pronto le rechazaban los cuadros presentados, como obtenía premio con ellos, todo dependía de lo que valorara el Jurado (1943, Exposición de Primavera en Murcia). Pero su postura innovadora estaba decidida y desde sus primeros contactos con el aprendizaje le sería potenciada por sus maestros Planes y Garay que también investigaban en nuevas formas de expresión.

Muy pronto logró creaciones maduras, pero en esa primera década de su producción vemos un artista a la busca de lenguaje propio, algo que ese prolongado viaje a Italia le ayudaría a conseguir. Los enormes frescos del Quattrocento con el equilibrado orden de su composición, la armonía de forma y color, la luz interna, la profundidad cromática y el vivo tono local. Toda la sabiduría del gran arte mural la encontraba allí. Pero las enseñanzas fueron múltiples para un artista tan receptivo: sus paisajes urbanos citarán los fondos construidos de esos frescos sieneses y florentinos ante los que meditaría profundamente: “Recuerdo siempre la monotonía cromática de Siena, interrumpida por la belleza de la catedral, en mármol blanco y negro. Siena me parece lo más importante de Italia”. También se encontraría con la blanca luz y los volúmenes contundentes de Piero della Francesca y, saltando a su siglo, con metafísicos y futuristas que a veces, igualmente impregnaron su obra: “… descubrió allí un puro sentido de lo monumental, de los volúmenes elementales y los colores enteros y gozosos que supo muy pronto llevar al muro en grandes ciclos murales, que cuentan entre lo de más sólido porte decorativo de la pintura española contemporánea”.

En todos los periodos de su obra ha tenido importancia el paisaje. Puede ser protagonista absoluto o venir acompañando algún otro tema y desde luego, siempre, fondo de sus más extensos murales. No por casualidad o por decir afirmó el pintor que “Espinardo me pone en contacto con la huerta y con el paisaje que es de donde me ha venido la mayor parte de mi forma de trabajar y de ver el color”. Pero otra cosa son sus paisajes del Mar Menor, ese lugar que el pintor conoció siendo aún paradisiaco, al que se acerca con devoción y plasma siempre envuelto en un ambiente de atmósfera y luz casi religioso que nos lleva a la pintura metafísica.

Foto: Murcia Plaza

En la pintura de bodegones, así como en la de animales fue un auténtico maestro de la creatividad e innovación. Tanto lo uno, como lo otro lo tomaba de su entorno inmediato: las frutas de la huerta murciana y los animales más comunes que cualquiera tenía en su casa terrena. De entre todos los frutos, prefiere los higos, “de pala” o de higuera, los limones y, sobre todo, los girasoles, aunque también las granadas, membrillos, peras, pimientos y hasta panochas le interesa plasmar. Son siempre recreaciones intelectuales que utiliza para presentar la esencia geométrica de las cosas con el detalle minucioso de sus componentes y la sensualidad de su color. Son naturaleza muerta, fruta cortada que presenta en platos y fruteros de loza, o directamente en el suelo o en lujosos fruteros de plata.

En cuanto a los murales, fueron muchos, muy grandes y repartidos por toda España los que realizó; desde Santander a las Islas Canarias, pasando por Vitoria, Salamanca, Logroño, Toledo, Cuenca, Cádiz, su Murcia natal y por supuesto, Madrid. Se los encargaban para decorar centros oficiales de reciente construcción, centros docentes, colegios mayores y menores, universidades Homenaje a la industria. Mural del antiguo Hospital Provincial de Murcia, obra de Antonio Hernández Carpe, 1955, 800 x 600 cm. 22 laborales, bancos, hoteles, iglesias y vestíbulos de casas de vecinos. En ellos figuras y paisaje ocupan la superficie surcada por líneas dinámicas que delimitan zonas de luz cambiante y tonos complementarios en los que se ubica flora y fauna y otros elementos necesarios para la significación idónea a lugar y función. Las figuras humanas y animales, si los hay, suelen estar en movimientos congelados, pero por la acción de la luz cambiante –que no claroscuro- y las líneas dinámicas el resultado es una superficie vibrante, llena de vida y optimismo, muy atrayente a la mirada.

CARPE muralista. Entre la tradición y la renovación plástica de mediados de siglo XX. (Juan Gª Sandoval, Director del Museo de Bellas Artes de Murcia)

Estas notas nos introducen en el arte mural y su relación con la arquitectura practicado por el poliédrico creador Antonio Hernández Carpe (Espinardo, Murcia, 08/06/1921 – Madrid, 29/11/1977), poniendo la mirada en el elevado valor de sus conjuntos complejos y diversos en técnicas y tamaños. Cuantiosos son los proyectos realizados, y pendiente queda por crear un corpus de sus intervenciones donde poder recoger sus trabajos previos y obras, en sus distintos tipos de soporte y en sus variadas técnicas, como la pintura mural al temple y a la encáustica, en mosaico de teselas o el mural cerámico de azulejo, además de sus vidrieras. Fraile decía de Carpe: “…sin duda, el mejor muralista de 35 esos años y un pintor naïf de gran personalidad. Sus grises, sienas, pardos, verdes, amarillos, quinta esenciaban (esencia de) la elegancia sobria y la vitalidad dura de nuestro pueblo: esa vitalidad y esa elegancia que advertimos, a veces, en el plato o la jarra de un alfarero anónimo” (Fraile, 1997, 21).

A mediados del siglo XX, en España se vive un momento de recuperación del arte mural y surge la importancia clave del concepto de integración artístico o síntesis de las artes. Carpe, plenamente consciente, interesado e influenciado por los ideales de cambio dentro de la figuración desde la tradición, es una excepcionalidad generacional como artista, ajeno a las corrientes abstraccionistas y participando del movimiento renovador del arte español figurativo. Su forma de concebir sus creaciones con el empleo de elementos geométricos, colores vivos y nítidos y la influencia cubista, unido a la racionalidad compositiva, conforman una pintura pura y esencial que no imita el natural, y le convierte en uno de los grandes artífices del arte mural del periodo de 1950 a 1970.

Son unos años de renovación artística, con innovaciones técnicas y materiales, consiguiendo la conexión de funciones estéticas y sociales, donde el arte mural contribuye de forma decisiva en la esfera pública y en la sociedad y aporta su integración en la ciudad y en la arquitectura. Los murales carpianos están dentro de la historia del arte y en la historia de la pintura española con voz propia, sin olvidar su exquisito arte frente al caballete, donde se conjugan geometría e imaginación en una sinfonía arrebatadora a la par que sutil.

José Hernandez Rubio

Autor José Hernandez Rubio

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